Los demás niños me miran, pero no me ven, salvo cuando
vienen a robarme el bocadillo o simplemente a divertirse un poco pegándome.
Ayer me obligaron a tragarme dos moscas. -¡Este mierda, es todo un gourmet!-
Exclamó Pedro. Es el mayor de todos, y el peor, tiene trece años. La verdad es
que me extrañó que conociera esa palabra, “gourmet” porque es un descerebrado,
probablemente la aprendió hace poco y estaba deseando poder utilizarla. Yo solo
tengo nueve años, pero me gusta leer, la profesora dice que tengo mucho
vocabulario, a veces lo dice en clase, delante de todos. Ese día tengo la
paliza asegurada, no hay apelación, ni juzgados, tan solo una tácita sentencia.
Pedro murió de sobredosis a los veinticinco años, le
encontraron tirado en la calle sobre un charco de su propio vómito. Me enteré
el mismo día de mi orla.
Sé que debería decir que lo sentí, que todo había sido
perdonado, que a mí me esperaba un futuro prometedor mientras que él había
muerto. La verdad del asunto es que ese día tuve una razón más para celebrarlo.
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