A veces echaba de menos mi condición humana. Se suponía que
todos esos sentimientos y emociones deberían haber sido borrados de mi
conciencia antes de volcarla en la red, pero yo recordaba el olor a papel
rancio de los legajos, mis primeros años de pasantía, recordaba el pichón
estofado con patatas que preparaba mi mujer, las cacerías con mi padre, e
incluso las huelgas de profesores en la Universidad. Sin
embargo, no logro recordar mi nombre. Ahora soy una Conciencia Artificial
Virtual. Me asignan diariamente más de dos mil juicios a lo largo de la
enormidad de la red.
Defiendo asesinos y simples infractores por igual. Soy capaz
de procesar más de mil artículos por segundo en setenta y cinco Sistemas
Legislativos diferentes. A pesar de todo, aun tengo pesadillas.
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