De un tiempo a esta parte, los escritos me dan alergia y eso
es mucho decir para un abogado. Miro las teclas de mi ordenador con recelo,
ellas permanecen quietas, alineadas como soldados a la espera de una orden para
atacar, hieráticas en su muda declaración de guerra.
Los elegantes libros de lomos de piel son testigos mudos de
mi angustia y desazón.
Yo antes acometía
demandas y denuncias con la gallardía de un caballero andante, sin
miedo, golpeando implacable con la fuerza de mi pluma y ahora…Aquí estoy
tembloroso y asustado.
Jamás debí solicitar prisión para el hijo de aquella vieja
gitana, ahora le recuerdo con claridad a la salida del juzgado, su cara
arrugada y sus manos huesudas y repletas de anillos, haciéndome el signo del
mal de ojo.
Estoy maldito.
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