La diligencia botó ligeramente cuando cruzó el riachuelo y
anunció con contundencia que ya estaban
llegando al pueblo fronterizo de “Maldición”.
Cuando al fin se detuvo, el hombre alto y vestido de negro
se encasquetó el sombrero y se apresuró a bajar, harto del polvo y del agrio olor del sudor de
los caballos.
Dos hombres salieron a su encuentro, uno llevaba un traje
raído, el otro iba tan impecable que parecía que fuera a una boda, en las
solapas de sus chaquetas brillaban las estrellas de sheriff y ayudante. Ambos
iban armados, pero en sus ojos se divisaba el inconfundible velo del miedo.
El hombre de negro bajó ligeramente la cabeza de manera que
el sombrero veló su rostro, apoyó la mano derecha en el cinturón dejando a la
vista un revolver de culatas de sándalo y una canana repleta de balas.
El pintoresco comité de recepción se paró en seco levantando
las armas con la misma convicción que un cura borracho levantaría un crucifijo.
-Lo siento señor, pero en esta ciudad tenemos leyes. Debe
usted dejar el arma en la oficina del Juez.- dijo el hombre del traje raído con
una voz tan patética y temblorosa que parecía que fuese a echarse a llorar.
El hombre de negro levantó la cabeza, les miró de hito en
hito esgrimiendo una sonrisa socarrona y al fin dijo;
-Tranquilos muchachos, yo soy el nuevo juez de Maldición.-
El viejo pistolero, sentado en una desvencijada mecedora que crujía escandalosamente con el movimiento, levantó la mirada cuando escuchó las palabras del recién llegado en la diligencia. Una sonrisa irónica apenas se dibujó en su pétreo rostro, y la diversión brilló en sus penetrantes ojos azules.
ResponderEliminarCuando sus miradas se encontraron , asintió levemente. Aunque nunca se habían visto, ambos supieron reconocerse al instante. Un viejo lobo siempre reconoce a un posible rival.
Y el viejo pistolero sabía que, tarde o temprano, un lobo más joven termina por ocupar su puesto.
Con parsimonia, prendió una cerilla y encendió el cigarrillo que se mantenía precariamente en la comisura de sus labios. Soltando una vaharada de humo, el pistolero se echó hacia atrás y puso las desgastadas botas, llenas de polvo, encima de la barandilla del porche.
Las cosas en Maldición empezaban a ponerse interesantes…
P.D Exijo novela western ya! XD
Esta ciudad no es lo bastante grande para los dos, viejo lobo.
ResponderEliminarP.D. Somos unos flipados...XD.