Tendría que reparar esos paneles pensaba
Jonas, aunque el apretar unos cuantos tornillos no cambiaría nada, había
errores que no tenían solución. ¿Cómo habían llegado a aquello? ¿Cómo habían
permitido que pasara?
La vieja Tierra se moría.
El hecho de no pertenecer a ningún lugar era extraño, triste. Era como ser un exiliado de su propia
condición humana. Había algo macábramente paradójico en el hecho de que durante
tanto tiempo, el hombre hubiera mirado a la luna con cierta nostalgia
romántica. Ahora era al revés, tras los cristales de seguridad de la Estación
lunar Jonas observaba la otrora esfera azul y blanca, ahora gris y pardusca,
desplazándose quejumbrosa por su órbita ancestral. Herida y mutilada, la vieja
Gea continuaba avanzando terca y extenuada. Girando y girando.
Mientras las lágrimas inundaban
sus ojos, Jonas siguió apretando tornillos.
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