El por qué utilicé a la ballena blanca como heraldo o
mensajera de la llegada a la isla de San Borondón, como se la conoce por estos
lares, no es ni mucho menos casual, las razones son de lo más variadas y
absolutamente plausibles, al menos para mí.
Moby Dick es un ser de ficción, una criatura abisal,
primitiva, indestructible e inexorable, por lo que decidí que formara parte del
universo de la novela en la que existen grietas en nuestra realidad por la que
a veces se cuelan “cosas”. En este caso quería que la ballena blanca nadara “literalmente”
entre dos mundos, nadara en la fisura sin que pudiera salir de ella, siendo así
el heraldo de la isla.
Como es lógico se supone que H. Melville había visto a la
ballena porque como ya explica Dogson algunas personas (sobre todo los
escritores) pueden ver el otro lado.
Pero Moby Dick es mucho más que eso, es una criatura cuyas
materia es el odio, está formada por él. En realidad Moby Dick no es una novela
sobre un ballenero obsesionado por cazar a una ballena, es la historia de un
hombre que ha sido consumido por el odio de tal forma que no le importa el
precio que tenga que pagar para alcanzar una venganza, que en realidad, no es
contra la ballena, es contra su alma, contra su cuerpo tullido al que
desprecia. De alguna manera, él es Moby Dick, él la ha creado con su odio.
Por otro lado la ballena es a la vez un demonio y una fuerza
de la naturaleza ante la cual solo puedes doblegarte, es absurdo odiar al cielo
porque llueva.
Todo este trasfondo creo que es el ideal pues establece una
analogía con el conflicto entre el anciano y las sirenas, que a la postre se
destruyeron a sí mismas por abusar de los dones que éste les mostró. Desde
luego sus razones no eran altruistas, pero tampoco perseguían el mal en sí
mismas. Siempre es más fácil culpar a alguien que asumir las consecuencias de
los errores, puede que finalmente las seiren se odiaran a sí mismas al ver en
que se habían convertido, puede que en realidad odiaran al anciano porque era
lo único que les quedaba.
Un fuerte abrazo, mis queridos lectores, al filo del Laberinto.
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