Hasta hace poco ejercía como abogado en Berlín. Simplemente
no pensé que las cosas llegaran a esto. Tras la gran guerra (o al menos lo era,
hasta que empezó esta) el país estaba deshecho y claro, los deshechos atraen a
los carroñeros. No se podía negar que aquel individuo de ridículo bigotillo de
payaso, solo se guiaba por su propio código, pero desde luego, les decía lo que
querían oír, resulta que ahora eran la “raza superior”.
Cuando la cosa empezó a ir mal de verdad, yo estaba inmerso
en un contencioso, creo que sobre unos inmuebles. Ahora ya no importa. Resulta
que mi abuelo era judío. Es curioso, jamás lo supe hasta que ese momento,
siempre había creído que era un alemán de pura cepa. Primero me prohibieron
ejercer, luego me pusieron un brazalete con una estrella, después vino la
mudanza al gueto, y ahora estoy hacinado en un tren. Todo es gris, la lluvia
cae, amarga, como zumo de limón, mi destino. Auschwitz.
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