Salgo a la calle y los veo, a montones, su hedor me abruma.
Deambulan pesarosos e inánimes, con la mirada perdida, muertos en definitiva.
Algunos lucen tatuajes y camisas sin mangas, dragones y tribales se enroscan en
sus extremidades, ellos no lo saben,
pero forman parte del terrible monstruo del fracaso y la mediocridad que les
devora las entrañas, el germen bien alimentado de la ignorancia buscada y
querida, sonrisas estultas y manchadas de oro adornan sus caras. Están muertos
y no lo saben, no sienten las miasmas de sus almas necrosadas, siguen
caminando. Tras ellos, a menudo jóvenes mujeres empujando carritos de bebés,
orondas y enfermas avanzan pesadamente tras ellos, como elefantes que se
dirigen a su cementerio secreto, las uñas pintadas de colores chillones y el
cabello preñado de tinte barato se derrama en guedejas grasientas, también
sonríen mientras degluten comida basura y observan a sus otros vástagos berrear
y corretear a su alrededor. Alimentando muertos. La horda sigue creciendo.
Veo salir un cadáver gris y anodino con una camisa blanca y
una corbata negra, una horca en realidad, una horca que hace tiempo que asfixio
su espíritu ahora putrefacto, cientos de ellos le siguen, todos iguales, todos
grises, todos muertos.
Los edificios me abruman, me aplastan, son sólo gigantescos
ataúdes, llenos a rebosar, como pústulas mefíticas a punto de reventar.
Siguen caminando, por todas partes persiguiendo anhelantes
su pedazo de carne podrida, su alimento, algo que les haga olvidar sus no
vidas.
Se reúnen en torno a la carroña que les sirven, gruñendo y
golpeándose frente al televisor mientras sus héroes corren tras un pedazo de
cuero, detrás de un pedazo de carne tan muerta como ellos.
Otros prefieren sumergirse en líquidos somáticos con nombres
muy poco exóticos, también se reúnen y gruñen y creen que ríen, aunque en
realidad sólo pretenden olvidar sus conciencias momificadas y resecas.
Otros prefieren el humo, gris, negro, oscuro como su
patética existencia, quieren perderse, fingir que están vivos, que son algo más
que cadáveres ambulantes.
A veces dudo de mí mismo ¿no es acaso mi propio hedor el que
huelo?
Aún intuyo un hálito de vida en mi alma. Creo que es algo más que un
recuerdo, puede que tan sólo una tímida brasa, pero ahí está, sin embargo les
acompaño en su viaje, camino con ellos ¿acaso soy mejor? Aunque aún no esté
muerto, camino con ellos.
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