Su mirada era fría
como el hielo y así me lo pareció la primera vez que me encontré con ese
individuo. Ahora un policía se la enseña a mi marido que niega con la cabeza,
yo miro desde lo alto de la sala en la que yace
mi cuerpo enchufado a una máquina. No sé por qué, pero mi alma está prisionera
en estas cuatro paredes.
Recuerdo el calor de
las balas penetrando en mi pecho, luego oscuridad y ahora, esto. Entonces, no sé
cómo, hago sonar mi móvil, el mismo que el policía había guardado en una
bolsita de plástico como prueba. Lo extrae con cuidado de la bolsa, examina las
imágenes y descubre entre ellas la foto de mi asesino, con el arma en la mano,
segundos antes de dispararme. Es curioso, no puedo dejar de pensar que jamás le
hice esa foto, sin embargo allí está. Esos pensamientos no permanecen, se
esfuman al igual que lo hago yo, para ir a otro lugar…eso espero.
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