lunes, 9 de diciembre de 2013

LA GRAN MENTIRA. DENTRO DE NADIE. HORA UNO.

 Hola de nuevo criaturillas, tal y como os había prometido vuelvo a la carga con un día cualquiera en la vida de mi anodino y gris anfitrión al que llamaremos Nadie.
Llego al trabajo veinte minutos antes de mi hora, hay que colocar la mercancía.
-Buenos días- vomita Miguel como si las palabras le produjeran nauseas.
-Buenos días- contesto. “Mierda de días querrás decir, puto fracasado. Cincuenta años haciendo lo mismo, no comprendo cómo no te has muerto, bueno, es que en realidad sí que has muerto. Llevas muerto treinta años, muerto y deambulando por aquí, me río yo de walking dead”
-Hola Nadie, ¿Cómo estás?- dice Peggie con una sonrisa empalagosa y con demasiados dientes para mi gusto. Sus labios son dos gusanos gordos, rojos y pegajosos.
-Muy bien Peggie – le respondo. “A Peggie le importa una mierda cómo estoy, bastante tiene con su vida. Una cincuentona con sobrepeso, divorciada y con su hijo de dieciséis coqueteando con el crack. Estoy rodeado de basura, aunque yo no soy mucho mejor.”
Voy saludando al resto de compañeros del mismo modo, sin dejar de sonreír, alternando el asco con el desprecio.
Terminamos de colocar la mercancía, dvd, blue ray y video juegos, yo vendo esto último.
-          ¿Y qué, Nadie, sigues sin encontrar nada de lo tuyo?- me susurra Domingo maliciosamente.
Domingo es el compañero de trabajo que más odio y asco me produce de todos, es un chaval de unos veinticinco y representa lo más deleznable de la condición humana en su inmunda persona.
Lo que ha querido dar a entender es que él, una patán descerebrado cuyo único aliciente en la vida es ver el próximo Barsa-Madrid, a poder ser borracho, tiene el mismo trabajo de mierda que yo, un listillo con una licenciatura en informática.
Tengo que hacer un esfuerzo para no golpearle con todas mis fuerzas en la tráquea. Fantaseo pensando que luego me sentaría tranquilamente a observar cómo se asfixia lentamente.

-Je, je..pues no, todavía no. Es que la cosa está jodidilla - le respondo. Él no parece notar mi rostro enrojecido, ni las venas palpitando en mi cuello. Por momentos la vista se me nubla y le veo como al final de un túnel.

-La verdad es que no sé para qué estudiaste tanto, tío- me espeta mostrándome sus dientes manchados de nicotina. Encima el muy cabrón se pasa media jornada saliendo a fumar.
Me agarro a uno de los expositores para no desvanecerme, el odio me inunda en oleadas tan intensas que me mareo. Tengo náuseas. Vomitaré sobre la estantería de video juegos y me echarán. Así acabará todo.
Consigo mantener el desayuno en su sitio.

-          ¿Te encuentras bien? Tienes mala cara- me dice esa babosa, ante una situación que, en realidad, le parece la mar de divertida.

-          Sí, creo que algo me ha sentado mal- logró a duras penas contestarle.

Suena un timbre. La tienda abre sus puertas. Así transcurre la primera hora de mi lunes por la mañana.


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