lunes, 1 de abril de 2013

LA MESA DE JUEGO


El juego es cómo la vida, puedes ganar o perder, pero una cosa está clara; tienes que jugar con las cartas que te tocan. Sí, ya sé que habréis oído muchas veces que lo importante en la vida no son las cartas que te tocan, si no lo que haces con ellas. Eso queridos amigos, es hermoso y lo que ocurre con las cosas hermosas es que a menudo resultan engañosas. La suerte no es hermosa, es una zorra veleidosa y malvada, es la jodida esencia de la vida y como tantas otras veces a lo largo de la mía, la suerte se apartaba de mí, como el aceite del agua.
En aquella partida de póker había perdido los últimos tres mil euros que me había prestado alguien que sin duda los cobraría, aunque fuera de mi pellejo. Y ahora  aquí estoy de nuevo, en una mesa de juego, pero esta vez  sólo me levantaré de la silla si gano, eso os lo aseguro. Mi contrincante ya ha jugado, es un tipo sudoroso y de piel cetrina y arrugada, con pinta de tener aún peor suerte que yo. Es mi turno.  Me apoyo el cañón del revolver en la sien. Está frío; es agradable. Disfruto de esa sensación durante un segundo y aprieto el gatillo.

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