sábado, 18 de mayo de 2013

SUEÑOS DE ROBOT


Era el uno de octubre del año cuatro mil, lo recuerdo por dos razones. La primera, el médico diagnosticó a mi mujer un tumor incurable, la segunda, los robots fueron legalmente determinados formas de vida inteligentes basadas en el silicio mediante una resolución judicial, es decir; adquirieron el rango de humanos.
A lo largo de mi vida como magistrado había visto muchas cosas, pero esto me superaba.
Los robots se manifestaban por millares en las entradas de los juzgados, repartiendo flores y panfletos, reivindicando sus recién adquiridos derechos y obligaciones.
Mientras, mi querida esposa se marchitaba irremisiblemente en el hospital. Yo estuve con ella hasta el final y una parte de mí se fue con ella. La mejor parte.
Me concentré en mi trabajo, pero en un plazo breve de tiempo comprendí que el mundo ya nunca volvería ser el mismo.
Estoy enfermo y no tardaré mucho en reunirme con mi mujer. Eso es bueno.
Cuando miro el rostro mecánico del magistrado que se sienta a mi lado, inmutable, eterno, sin el temor y al mismo tiempo el consuelo de que su existencia tendrá un fin, sin conocer el éxtasis y la angustia del amor. Es ahora, al final, cuando me doy cuenta de cuan distintos somos y ninguna ley humana ni divina podrá cambiar eso.
Es ahora, al final, cuando soy consciente de que conmigo morirán los últimos vestigios de justicia humana.

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